Lester Marshall M.
Quizá este texto no tenga más sentido sino que para su autor únicamente, pues no alberga ni reúne— al menos en lo que se refiere al marco general del módulo—los requisitos que ha debido cubrir de acuerdo a las indicaciones de contenido que se le han señalado. Esta decisión por reinterpretar la tarea y revisar el tema central desde otra perspectiva, no se debe a la incapacidad de llevar a buen término el mandato que se me ha encargado como alumno de un magister, sino porque requiero—antes de enrolarme nuevamente en el propósito del curso—revisar algunas formulaciones previas para entender preguntas relativas a qué es el futuro, desde qué concepción de mundo entendemos el desarrollo del concepto, de dónde surge la idea de futuro tal cual lo cualificamos desde nuestros propios presentes, entre otras. Este texto tampoco pretende formular afirmaciones de amplio alcance teórico, sino que más bien adopta la forma de un ejercicio escritural, sustentado en la exposición y comentarios de supuestos, interrogantes, vacilaciones e hipótesis, por lo cual—el texto—no es más que la formalización de juicios que pueden adscribirse a la esfera de la especulación y la opinión.
Pues bien, respecto del tiempo, independiente de su existencia como hecho externo al ser humano o no, es evidente que las formas en que se entiende, se experiencia y se lo aborda como problema de interés social, técnico, etc., sí corresponde a la esfera de las representaciones sociales históricas que, en cada una de sus fases, lo ha capturado, lo ha apropiado y tipificado para sí, pues la historia ha necesitado efectuar transformaciones generales de sentido para emplazar en espacios históricos propios, las visiones de mundo exclusivas para dicha temporalidad. De este modo, la concepción social de futuro ha sido sometida a tantas variaciones de contenido como tantas han sido los discursos hegemónicos que dotan de orden a la vida en comunidad. En el tipo de relaciones asimétricas de poder, que se verifican una y otra vez a lo largo de la historia, la contraparte más débil ha debido comprometer grados importantes de libertad e independencia en favor de seguridad, sobrevivencia y cobertura básica de necesidades de todo orden. Esta relación de dependencia y sujeción a un orden social impuesto por su contraparte más empoderada, lo convierte en un negociador permanente de sus prerrogativas y dispensas en la medida que el orden y disposición del escenario social no depende de sus propios actos y decisiones, sino que por el contrario, quien tiene el poder omnímodo es quien posee la facultad de producción de mundos propios y destrucción—en el más amplio sentido de la palabra— de las existencias sociales, económicas y espirituales de sus subordinados. Este estado de incertidumbre en el que divagan los menesterosos, los obliga a ajustar sus expectativas de acuerdo a un contexto, cuya variación no depende de sus voluntades. Deben ceder, entregar, claudicar en áreas extensas o estratégicas de sus vidas para, al menos, asegurar la sobrevida. Estos sectores de población subordinada han aprendido que pueden desprenderse de libertad, independencia, bienes materiales, traspasar sus fuerzas de trabajo para procurar mantenerse con vida, han entregado su trabajo y también la fuerza laboral de sus familias, de sus hijos y de sus hijas, pero, en algún momento de la historia de las sociedades desiguales, aprendieron—ya cuando no podían ceder más —a “donar”, a conceder su tiempo a cambio de sobrevivencia; columbraron que sus deudas, además de ser pagadas de la forma tradicional, podían ser atenuadas, aplazadas, trasladándolas a un futuro, “su futuro”, el futuro de los débiles, para evadir su cancelación en un presente, “su presente”, completa y ostensiblemente ausente de posibilidades de cumplimiento. El futuro como invención lingüística—quizá una de las contribuciones más importante de las poblaciones oprimidas—,aparece para despresionar el presente precario, surge para depositar en él lo que no existe en el tiempo de la inmediatez, sino sólo como potencia. El futuro se constituye como el espacio de la temporalidad del desgraciado en el que se materializa esa potencia, se cumple el compromiso, se saldan las deudas. En última instancia, los débiles comprometen su futuro—pues ya han comprometido todos sus bienes—para asegurar un día más en el presente. Se intenta preservar el presente con la superchería del porvenir como zurrón donde ensacar la falta, la culpa, la palabra no cumplida y el acreedor simpatiza con ese principio de solución, no por correspondencia solidaria. Él también percibe que la invención se confabula a su favor de forma similar a como se ajusta como dispositivo de resolución diferida de tensiones para el subordinado. El acreedor, el Gran Exigidor político, económico, social y espiritual sabe que puesta la deuda impaga en ese bolsón temporal, no se congela, sino que aumenta su valor mientras más lejana se instala la hora de la verdad y sabe que el prorrateo tiene un límite que se no se negocia. He ahí un ejemplo de cómo las categorías conceptuales que ordenan el mundo, pueden surgir o reinterpretarse desde estas relaciones asimétricas de poder. En estas condiciones de producción pauperizada de tiempo, el futuro se transforma en sólo un ardid para escamotear el presente opresor, el futuro como categoría que regula el tiempo no existe sino como promesa incierta, como no lugar; adquiere un tinte utilitarista y empobrecido en el sentido que allí sólo subsiste la posibilidad de la existencia física de los desposeídos, nada más. Si fuera este relato el que explicase la invención del futuro o su reinterpretación, no interesaría tanto como las condiciones de vida que llevaron a estas comunidades a desarrollar tales estrategias de sobrevivencia en situación de extrema desventaja. Manteniendo la consistencia del relato, el futuro es simple aplazamiento del agobio presente, es promesa, incertidumbre adornada como ventanilla de pago. A la farsa no se le analiza pues la impostura no tiene trastienda, profundidad; es un simulacro urdido en el tiempo como trinchera escenificada en el arte de la pantomima. Este futuro no califica para efectuarle prospectiva porque es una temporalidad indeseada, forzada por otros con más poder. No es el tiempo genuino de los desarraigados, sólo es un artificio para evitar(a medias) la muerte.
En este punto de esta “mitología del futuro” o “retrospectiva mítica de la prospectiva”, quisiera incorporar a la discusión la problematización de otros temas que se encuentran íntimamente ligados con los supuestos que subyacen a la necesidad de crear futuro. Éste puede ser confeccionado de tal forma que nos cobije en la utopía y, al mismo tiempo, su sola existencia exorcice la existencia de otros futuros menos halagüeños, pues ambos son excluyentes mutuamente. No pueden realizarse al mismo tiempo, de modo que el primer futuro que llegue a ese porvenir, siempre vamos a querer que sea el nuestro. Así, la amenaza será suprimida. Sin embargo, el evitar la amenaza en el futuro, es porque hemos visto parte de ella en el presente y no deseamos que se perfeccione, en detrimento de nuestros intereses en ese futuro que vendrá. Pues bien, el supuesto de la prospectiva aquí, es la evitación del daño en el futuro, amenaza de daño ya prefigurada en el presente, porque si persiste en el porvenir seguramente lo hará con mayores y mejores recursos. Entroncando esta parte del relato con el relativo a la invención o reorganización del sentido del futuro, vista más arriba, es menester apuntar que esta racionalidad no opera para el mundo de los desposeídos, en tanto que para ese mundo la amenaza, en el sentido más brutal del vocablo, no se les reserva para el futuro, sino que la amenaza es presente total. No cabe hacer prospectiva para abortar un futuro peor, pues para estos grupos no existe, o bien, para otros grupos mayormente agredidos (por ejemplo, las poblaciones del Cuerno de África), el futuro ya ni siquiera es argucia evitativa, es muerte irremisible, situaciones en las que parece más acertado gestionar el presente, administrar la modalidad de “vivir al día” para asegurar llegar vivo al final de la jornada. Queda algo más claro con estos comentarios que los conceptos de futuro, prospectiva y motivaciones para efectuarla, son producidos y gestionados por grupos sociales y económicamente específicos para los cuales tiene sentido intervenir para precaverse de la amenaza con instrumental apropiado, pero sólo con alcances limitados a sus propias condiciones sociales y económicas de existencia. La prospectiva fundada en este sentido se asemeja más al apriori de dolor que a experiencias de pobreza más acuciantes y desgraciadas. Otro elemento de análisis que relativiza la eficacia del presunto futuro “dañador” como motivación a la prospectiva estriba en el hecho que vistas así las cosas, el foco de control está afuera, depositado en un otro que puede o no volverse acto de agresión. Nos movilizamos porque “otro opuesto” se ha movilizado y no por convicciones gatilladas desde nuestro propio convencimiento. Nuestra prospectiva se vuelve acto en tanto ha comenzado a desarrollarse la prospectiva de un futuro antagónico al que nosotros pudiéramos imaginar como propio. En estas circunstancias, nuestra actividad prospectiva carece de impulso propio, de fuerza interna, por lo que se detendrá si la prospectiva que no deseamos también se detiene.
Finalmente, en relación al supuesto del libre acto volitivo de construir futuros, sólo por la convicción de que sin nuestra intervención resultaría un porvenir por así llamarlo más degradado que si hubiéramos actuado de forma deliberada y programada. Sobre esta constatación se pretende justificar nuestra proactividad en la aprehensión y aplicación de herramientas prospectivas. Sin embargo, es necesario señalar que, sino todos (casos especiales de extremo abuso, pobreza, enfermedad y abandono), muchos construyen futuros en el lenguaje, pues desde la tradición crítica de la filosofía , el lenguaje es donde habita, se confirma, se actualiza y se construye la consciencia del ser. Es allí donde el hombre crea lo nuevo y desbarata del pasado lo que hay que desmoronar. Por qué, porque el tiempo circular de la teoría teocéntrica ha colapsado, reemplazando a Dios por la razón humana. Durante la Edad Media, el Reino de Dios era el futuro de los fieles y el génesis explicaba e inauguraba los conceptos de principio y origen. El mundo estaba cerrado y en él residía la confianza y la resignación. Sin embargo, al apropiarse la razón del centro del orden social, aparece el hombre libre, pero se disuelve el contenido del futuro y el origen pasa a ser una metáfora. Aparece la angustia frente a un orden que está siendo desconstruido por su nuevo protagonista, y a la vez, ese mismo destructor construye la nueva humanidad. Se instaura en este mundo que muere y nace un espacio estable, la moral provisoria, la de la incertidumbre como dispositivo de flotación de sentidos rescatados de la debacle. Se reside en el lenguaje como posible mundo estable, allí reproducimos el sistema capitalista así como otros lo destruyen y eso en el mismo lenguaje. En él se vive o se muere, se alzan futuros sin prospectiva, porque en el lenguaje se arman y se desactivan continuamente, como una rutina cotidiana en la que la prospectiva, como herramienta tecnosocial, siempre llega tarde. Se antepone el principio de confianza y reciprocidad entre hablantes que comparten los mismos códigos constructivos de futuro (la inocencia no requiere tecnología ni explicación) Aquí, lo central no es la tecnología, sino el acuerdo entre lenguajes similares, el contrato tácito en que el habla compartida prefigura la construcción compartida. Si el compromiso se falsea, y se engaña al co-hablante se espera la desafiliación en alguna parte del transcurrir del lenguaje a los hechos. La prospectiva no puede normalizar la traición (sólo mostrarla y exhibir técnicas de gestión) y tampoco puede generar encuentros en el lenguaje, sólo se moviliza cuando el compromiso se ha establecido previamente, no regulado por la técnica porque alude a un acto ético, pero éticamente inestable, provisional como es la ética en la postmodernidad, donde prevalece la sospecha, el individualismo y la planificación para asegurar estados personales de privilegio. Sin embargo, vista como un dispositivo metodológico complementario, toda prospectiva debe dirigirse a las poblaciones más brutalmente coercionadas (“todas las revoluciones modernas han concluido en un reforzamiento del poder del estado”.. “Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen”. Albert Camus)
Como se desprende del texto, el ejercicio de la prospectiva no se puede realizar en la impunidad histórica, por fuera del pasado o desde el pasado predilecto de los grupos de poder. Su ejecución requiere la conciencia crítica de sus fundamentos y sus metas, requiere el abandono o, al menos, la problematización de la ética del “si me salvo yo, que importa lo demás”. Quien hace prospección no puede ser cualquiera, pues la prospectiva sólo indica el método, pero no diseña al ejecutor, por lo cual este prospectivista debe contar con ciertas cualidades previas. Debe poseer la impecabilidad del acto vaciado en el interés común. Exige inocencia, impecabilidad moral, persistencia, cercanía con los ideales de las poblaciones más desfavorecidas, convicción, valentía y arrojo, cualidades que nos hacen recordar al viejo Don Quijote.
Notas acerca de la reciprocidad y la inocencia.
“Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. El también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”(Albert Camus)
“La integridad no tiene necesidad de reglas” (Albert Camus)
Mis agradecimientos por sus cruciales observaciones a Pablo Gutiérrez, Filósofo, académico Instituto ARCOS.